Cuando Thomas Alva Edison patentó la bombilla eléctrica en 1879, no pudo haber imaginado lo trascendente y útil que se volvería su invento. Sin embargo, para muchas personas de esa época, su invento no era eficiente, pues para que todas las personas pudieran iluminar los interiores de sus casas con estas bombillas, se tendría que hacer el laborioso y tardado trabajo de poner cables de corriente eléctrica en toda la ciudad.
¿Se imaginan escarbar en toda la ciudad sólo para poner foquitos?.
Si Edison hubiera sido una de estas personas, y se hubiera dejado llevar por esa limitada manera de pensar, seguramente sólo habría inventado velas más grandes.
Afortunadamente él no lo era, y se atrevió a explorar nuevas formas de hacer las cosas, nuevas formas de hacer luz.
martes, 25 de agosto de 2009
domingo, 23 de agosto de 2009
El caso del carpintero (Cuento Japonés )
El caso del carpintero
Había en Japón un carpintero llamado Hanshichi. Era muy trabajador, pero una larga enfermedad le había impedido pagar su renta por un tiempo. La deuda con Jirobei, su casero, creció hasta sumar treinta monedas. Éste se presentó un día para exigirle el pago. Al no recibirlo, le pidió que abandonara el departamento y le quitó sus herramientas de carpintero como garantía del pago de la deuda.
Hanshichi se mudó a otra casa. El dueño de ésta, llamado Jubei, era una persona comprensiva, lo recibió y lo ayudó a recuperar su salud. Cuando supo que su inquilino no podía trabajar pues no tenía herramientas, le prestó diez monedas. Le dijo que se las llevara a Jirobei para que se las regresara, y que le prometiera pagarle el resto cuando tuviera trabajo.
El carpintero siguió sus instrucciones, pero Jirobei no hizo caso. Le dijo que no le devolvería las herramientas a menos que le pagara las treinta monedas de una sola vez. Desesperado, Hanshichi decidió recurrir a la corte del juez Ooka, célebre por sus decisiones justas.
El juez le indicó a Jubei que le prestara otras veinte monedas de plata a Hanshichi para recuperar sus cosas. Así se hizo. Después el juez citó a todos a la corte.
-¿Cuántos días dejaste de trabajar por carecer de tus herramientas? -preguntó a Hanshichi.
-Unos cien días, señoría -respondió él.
-¿Y cuánto ganas al día?
-Es muy variable, pero más o menos una moneda.
Entonces el juez pronunció su veredicto:
-Escucha.
Jirobei, Tú eres un hombre rico y, a pesar de ello, eres muy cruel con los pobres.
No comprendiste la situación de Hanshichi ni quisiste ponerte en sus zapatos. Él ya te pagó todas las rentas que te debía. Ahora eres tú quien debe de pagarle lo que dejó de ganar porque tú no le devolvías las herramientas. Si gana una moneda al día, y han pasado cien días, tienes que entregarle cien monedas.
Jirobei se sintió muy disgustado con esta decisión pero no le quedó más que obedecer la orden.
Le entregó las monedas a Hanshcichi. Éste le pagó a Jubei el dinero que le había prestado y el caso se cerró. A partir de entonces todos entendieron lo importante que es comprender la situación de los demás y actuar sin buscar provecho.
-Relato tomado de Los Cuentos del Juez Ooka
Había en Japón un carpintero llamado Hanshichi. Era muy trabajador, pero una larga enfermedad le había impedido pagar su renta por un tiempo. La deuda con Jirobei, su casero, creció hasta sumar treinta monedas. Éste se presentó un día para exigirle el pago. Al no recibirlo, le pidió que abandonara el departamento y le quitó sus herramientas de carpintero como garantía del pago de la deuda.
Hanshichi se mudó a otra casa. El dueño de ésta, llamado Jubei, era una persona comprensiva, lo recibió y lo ayudó a recuperar su salud. Cuando supo que su inquilino no podía trabajar pues no tenía herramientas, le prestó diez monedas. Le dijo que se las llevara a Jirobei para que se las regresara, y que le prometiera pagarle el resto cuando tuviera trabajo.
El carpintero siguió sus instrucciones, pero Jirobei no hizo caso. Le dijo que no le devolvería las herramientas a menos que le pagara las treinta monedas de una sola vez. Desesperado, Hanshichi decidió recurrir a la corte del juez Ooka, célebre por sus decisiones justas.
El juez le indicó a Jubei que le prestara otras veinte monedas de plata a Hanshichi para recuperar sus cosas. Así se hizo. Después el juez citó a todos a la corte.
-¿Cuántos días dejaste de trabajar por carecer de tus herramientas? -preguntó a Hanshichi.
-Unos cien días, señoría -respondió él.
-¿Y cuánto ganas al día?
-Es muy variable, pero más o menos una moneda.
Entonces el juez pronunció su veredicto:
-Escucha.
Jirobei, Tú eres un hombre rico y, a pesar de ello, eres muy cruel con los pobres.
No comprendiste la situación de Hanshichi ni quisiste ponerte en sus zapatos. Él ya te pagó todas las rentas que te debía. Ahora eres tú quien debe de pagarle lo que dejó de ganar porque tú no le devolvías las herramientas. Si gana una moneda al día, y han pasado cien días, tienes que entregarle cien monedas.
Jirobei se sintió muy disgustado con esta decisión pero no le quedó más que obedecer la orden.
Le entregó las monedas a Hanshcichi. Éste le pagó a Jubei el dinero que le había prestado y el caso se cerró. A partir de entonces todos entendieron lo importante que es comprender la situación de los demás y actuar sin buscar provecho.
-Relato tomado de Los Cuentos del Juez Ooka
sábado, 8 de agosto de 2009
Las máscaras que utilizamos
Sentado en su nueva oficina, un abogado recién graduado, esperaba su primer cliente. Al escuchar que la puerta se abría, rápidamente levantó el teléfono y trató de demostrar que estaba muy ocupado.
El visitante pudo escuchar al joven abogado decir: "Bill, volaré a Nueva York por el tema de los hermanos Mitchell; parece que esto va a ser algo grande. También necesitamos traer a Carl desde Houston sobre el caso Cimmerib. Bill, debes perdonarme, alguien acaba de llegar". Y colgó el teléfono.
Dirigiéndose al hombre que acababa de entrar, el abogado le dijo: "Bien, ¿en qué puedo ayudarlo?"
Con una gran sonrisa, el hombre contestó: "Estoy aquí sólo para instalar su teléfono."
Querido amigo:
Más allá de cuántas personas tengamos la capacidad de engañar, desde atrás de nuestras bien puestas máscaras o imágenes, siempre habrá alguno que sabrá quiénes somos realmente.
Es importante entender que la imagen es lo que las personas piensan que somos, pero la integridad es quiénes somos realmente.
¡Es mejor que te conozcan sin máscaras, tal cual eres y que te quieran así!
Olvídate un poco de ti mismo y piensa en los demás. En estas pocas palabras se esconde el mayor secreto de felicidad.
Carlos Torres Pastorino
El visitante pudo escuchar al joven abogado decir: "Bill, volaré a Nueva York por el tema de los hermanos Mitchell; parece que esto va a ser algo grande. También necesitamos traer a Carl desde Houston sobre el caso Cimmerib. Bill, debes perdonarme, alguien acaba de llegar". Y colgó el teléfono.
Dirigiéndose al hombre que acababa de entrar, el abogado le dijo: "Bien, ¿en qué puedo ayudarlo?"
Con una gran sonrisa, el hombre contestó: "Estoy aquí sólo para instalar su teléfono."
Querido amigo:
Más allá de cuántas personas tengamos la capacidad de engañar, desde atrás de nuestras bien puestas máscaras o imágenes, siempre habrá alguno que sabrá quiénes somos realmente.
Es importante entender que la imagen es lo que las personas piensan que somos, pero la integridad es quiénes somos realmente.
¡Es mejor que te conozcan sin máscaras, tal cual eres y que te quieran así!
Olvídate un poco de ti mismo y piensa en los demás. En estas pocas palabras se esconde el mayor secreto de felicidad.
Carlos Torres Pastorino
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